sábado, 23 de julio de 2011

Dios habita en las cosas más sencillas


Las estadísticas indican que el 95% de los habitantes de este planeta creemos en Dios, pero resulta un contrasentido que casi nadie puede dar fe de haberle visto. Aunque yo creo que todos lo hemos visto pero no nos hemos dado cuenta de de ello. Él está siempre ante nuestros ojos, pero no siempre podemos percibirlo.


Un día, alguien me dijo que es menester vivir la realidad del momento, que debemos esforzarnos por vivir el Presente y dejar de estar pensando en lo que fue o será. En esa continua “pensadora” se nos escapa la vida.


A partir de esa observación me he estado esforzando por crear conciencia del Presente, de ese efímero tiempo que es el único que en verdad existe. El Pasado ya pasó y el Futuro aún no ha llegado, sólo tenemos el Presente, perenne y eterno.
Cuando detenemos nuestra desenfrenada carrera por sobrevivir y nos ocupamos de lo verdaderamente trascendente es cuando comenzamos a vivir.


Nuestra existencia esta garantizada, por ende no es menester el dedicarla a la sobrevivencia. Debemos imprimir sentido a nuestros días para poder hallar el propósito de vida.
Para ello debemos percatarnos de la presencia de Dios, la cual es más que evidente; Él está en todo porque Él es todo. El meollo consiste en saber buscarle para poder encontrarle.


Con demasiada frecuencia nos empeñamos en complicarnos nuestras existencias, hasta el punto de que perdemos de vista lo esencial, lo verdaderamente sustancial en nuestras vidas.

Dios está siempre ahí, pero sólo se revela ante los ojos de aquellos que quieren verle, por eso dice el refrán que “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”.
Es cuestión de abrir los ojos a una realidad más simple, más amplia, más aderezada de espiritualidad.


Dios resulta ser el más ilustre de todos los desconocidos. Todos lo invocamos, nombramos a diestra y siniestra, lo citamos en nuestras más comunes expresiones, vamos a buscarle en iglesia y templos y aún así no le conocemos, Él sigue siendo un desconocido para nosotros.


Yo creo que para poder comenzar a conocerle tenemos que abrir nuestros sentidos, pensamiento y conciencia a la Realidad, porque es precisamente esta Realidad la manifestación más evidente y palpable de su existencia.

Dejemos de estar buscándole por todas partes y detengámonos a admirarle en el volar de las aves, en el soplar del viento, en la placidez del silencio, en la sonrisa de un niño, en el abrazo de nuestros hijos y en un  sincero “te quiero”. Dios habita en las cosas más sencillas.


Dios está siempre allí, ante nuestras propias narices, pero no nos hemos dado cuenta; así que es hora de detener el balón y reconocer que Él está aquí, frente a nosotros, en cada momento de nuestra existencia,

Se trata de ir más allá de la simple creencia. Es indispensable que sepamos, a plena conciencia que Dios existe y está aquí, junto a nosotros, habitando en cada molécula de este Universo.


Si pretendemos seguir jugando al escondite con Dios, nunca vamos a terminar de conseguirle, porque la búsqueda no debe hacerse afuera, sino en la profundidad de nuestro espíritu, que es su morada.


Haga la prueba, tómese el tiempo de vivir su Presente y deje de prestar tanta atención a los aspectos de su vida que le apartan de la realidad, sepa de una vez por todas que Dios existe y siempre ha estado a su lado, aunque Usted no le haya visto. ¡Así que abra bien los ojos!

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