domingo, 5 de junio de 2011

La pelea es peleando


Yo creo que en la vida todo sucede por una razón y tiene un propósito, el cual, generalmente, nos beneficia. Pero a veces, esa certeza se ve erosionada cuando me encuentro a mí mismo envuelto en la continua lucha que a diario nos ha tocado vivir en este país.

A veces me pregunto ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué vine a hacer en este país? ¿Por qué aquí y no en mi tierra?


Estas preguntas me asaltan de vez en cuando y de cuando en vez, y, aunque a veces creo encontrar respuestas, la verdad es que al transcurrir un tiempito, vuelven a mí, una y otra vez, como perro que no suelta a su presa.

Estoy convencido de que he venido a esta tierra a cumplir con el objetivo de ser exitoso, de triunfar, de alcanzar las metas que me he propuesto en mi vida, pero, ¡qué difícil se la ponen a uno aquí¡


A diferencia de nuestros países, aquí nos toca trabajar, pero de verdad, verdad. Aquí la cosa es trabajando. Si no trabajas lo suficiente, vas a pasar las de Caín. Y lo peor es que nos toca trabajar en empleos que nunca antes hubiésemos considerado desempeñar.


Cuando yo vine a este país traje escasos $300 y las ilusiones de que conseguiría un empleo inmediatamente en mi área de trabajo. Al día siguiente de haber llegado, abrí una cuenta de ahorros con el dinero que había traído, me puse saco y corbata y salí a buscar el empleo que yo pensaba me estaba esperando. ¡Pero que gran desilusión me tocó vivir!

Para hacer el cuento corto, después de un mes de infructuosos esfuerzos, con la moral por el piso y todos mis ahorros gastados, no me quedó más remedio que tomar el primer trabajo que me dieran para poder sobrevivir.


Así, de la noche a la mañana me encontré desempeñando un empleo que nunca antes me hubiera imaginado que me tocaría desempeñar, con un sueldo mucho menor al de mis expectativas. No me quejo ni soy malagradecido, pero eso no era lo que yo me esperaba encontrar. ¡Ese no era mi sueño!

Lo cierto es que apenas pude me compré un carrito viejo en un “buy here, pay here” y, en las noches, me dedique a repartir pizzas. Justo a los dos meses, ya había alquilado un apartamento y pude traer a mi familia.


Cuando recuerdo por todos los trabajos que he pasado y todas las dificultades que me ha tocado vivir desde que llegué aquí, no dejo de preguntarme: ¿Para qué #@+% estoy aquí? Y de inmediato vienen a mi mente algunas respuestas, entre las cuales puedo citar: Por el bienestar de mis hijas, para realizar mis sueños y para tener una mejor calidad de vida.


Es cierto, aquí se vive mejor en términos materiales y existenciales, pero el precio que uno tiene que pagar por ello es alto, muy alto.

Uno debe entregar su tiempo a cambio de una paga o esforzarse bastante en pos del Sueño Americano, dejando tras de sí los mejores años de nuestras vidas. A la hora de la verdad entregamos nuestro tiempo, que es nuestra vida.


Quizás esto le suene melodramático y no tenga nada que ver con usted. Si ese es el caso, enhorabuena, es usted una de las afortunadas excepciones de esta regla. Considérese satisfecho y haga un brindis por su buena fortuna.

Pero lo cierto del caso es que todos vinimos a cumplir con un cometido a este país y muchos fracasan en su intento, viéndose absorbidos por la vorágine de trabajo, sudor y dólares.


Mi mensaje es de optimismo; a diario tenemos miles de oportunidades ante nosotros. En las calles de este país el dinero aún corre a su libre albedrío y quedan muchas cosas por hacerse. Este país conquistó el espacio, pero aún quedan muchas oportunidades inexploradas esperando por el hombre o mujer que quiera aprovecharlas; pero para hacerlo es necesario el pagar el precio, el cual no es otro que esforzarnos, trabajar, estudiar y adaptarnos.

Cuando le asalten las dudas y preguntas acerca de su objetivo en esta tierra, respóndase a sí mismo: Estoy aquí porque así lo decidí y vine a triunfar, a alcanzar mis metas, para mi beneficio, el de mi familia y el este, mi país por elección. Y, recuerde que la pelea es peleando.

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